miércoles, 20 de julio de 2016

ALGUNAS PRECISIONES SOBRE EL SITIO ARQUEOLÓGICO DEL ‘CERRO DEL CÁNTARO’ EN BENALÚA DE LAS VILLAS, GRANADA

1. Área geográfica de la Cuenca Alta del Genil con la situación de los principales sitios ibéricos (puntos numerados) y la ubicación del Cerro del Cántaro (11).

     El yacimiento arqueológico del Cerro del Cántaro todavía sigue siendo un gran desconocido, posiblemente por su limitada extensión frente a otros lugares de la arqueología granadina, que han sido mejor estudiados o que incluso cuentan con una clara asociación con los topónimos antiguos de las fuentes escritas clásicas: textuales, epigráficas o numismáticas. Por otro lado, tampoco ha ayudado mucho su situación geográfica, en un extremo del espacio vital bastetano, relativamente alejado de los centros neurálgicos de esa civilización ibérica que quedaban más al sur (Iliberri / Ilurco), más al este (Acci / Bigerra / Basti) o incluso más al noreste (Tútugi).
Pese a todo, su localización (imagen 1, círculo rojo, nº 11) tampoco supone un aislamiento totalmente problemático. Localizado en una elevación doble y aislada de c. 931 y 922 m. (imágenes 2-3), respectivamente, se alza al sur y en la ribera izquierda del río de Las Juntas, al noreste de la actual población de Benalúa de las Villas y, prácticamente, al norte de la vertical de Granada (c. 27 km.) Las comunicaciones hacia el sur debieron hacerse siguiendo aquel cauce fluvial que es subsidiario del río Colomera, por el que es fácil alcanzar el Cubillas hasta la Vega de Granada y el propio Genil; último curso hídrico que articulaba buena parte de las relaciones este-oeste de la mitad meridional del territorio que hoy se corresponde con la actual provincia de Granada y de este ámbito con la Baja Andalucía.

2. Situación relativa del Cerro del Cántaro respecto de Benalúa de las Villas. La línea ondulada de vegetación  oscura señala el curso del río de las Juntas, mientras que la estrella sitúa la zona del hallazgo recogido en la figura 7. A partir de una imagen de Google earth (© 2015). 

     Si analizamos lo que se conoce de este lugar, el balance no deja de ser bastante pobre. Quizás lo que se ha escrito con más extensión se debe a nuestra directa mano, concretamente la Memoria de Licenciatura que, al llevar inédita casi cuarenta años (Pachón, 1978), quizás ya no pueda publicarse sin una transformación extremadamente profunda, aunque sí puede servirnos ahora para ofrecer alguna información de interés. Este trabajo inicial de investigación sirvió básicamente para hacernos una idea más apropiada de lo que significaba el yacimiento que, entre sus habituales prospectores no pasaba de ser más que un genérico espacio iberorromano que a todos parecía demasiado superficial para un sitio que ya habíamos visitado en ocasiones previas. Gracias a nuestra inicial investigación pudimos determinar que, básicamente, el sitio era específicamente ibérico y que su desarrollo vital no sobrepasaría en exceso el contacto con el mundo romano, además de haberse iniciado en tiempos prehistóricos. De hecho, el núcleo principal del yacimiento no ofrece prácticamente ningún resto romano, salvo en los alrededores, principalmente al oeste, donde se establecería una villa rústica, junto al antiguo hábitat prerromano abandonado en torno al arruinado Cortijo del Río y al sur del mismo, aprovechando un antiguo venero de agua próximo, del que también se beneficiaron los pobladores anteriores.

3. Imagen de conjunto de las dos alturas topográficas que conforman el Cerro del Cántaro, en el centro, desde el noreste (Cerro del Rey), con la vista de las afueras de Benalúa, al fondo a la derecha (© J.A. Pachón, 2008).

     Posteriormente, volvimos a ocuparnos del sitio en un trabajo colectivo (Adroher et alii.,  2002: 142), donde aportamos una nueva referencia, matizando su cronología ibérica entre los siglos V a III a.C., aunque señalando ya una ampliación cronológica de su trayectoria vital, al incorporarse la constancia de que el lugar debió estar frecuentado desde el Bronce Medio, en época argárica, probablemente en la segunda mitad del II milenio a.C. Bien es verdad, sin que se supiese el volumen de esta ocupación. La interpretación del sitio apuntaría para tiempos ibéricos la presencia de un posible núcleo fortificado (oppidum), pese a que nuestro conocimiento sobre las líneas de amurallamiento son todavía muy superficiales. Ello ha llevado en otras síntesis sobre lo ibérico de la Bastetania a no considerar con seguridad al Cerro de la Mora entre los oppida catalogados (Adroher, 2008: 97-143).
Nosotros, no obstante, hemos seguido insistiendo en la importancia del Cerro del Cántaro para la comprensión del fenómeno ibérico en esta parte de Granada, conjugándolo con la conceptualización del fenómeno cultural ibero-bastetano (Pachón, 2008a: 260; 2008b). En estas entregas indicábamos que el sitio formaba parte del hinterland remoto de Ilurco (Pinos Puente) que ocupó el cercano curso del río Cubillas, donde se alojan algunos yacimientos más, entre los que destaca, sirviendo además de puente entre las altiplanicies granadinas y las vegas del Genil. Siendo un asentamiento eminentemente agrícola, no fue ajeno a todo tipo de intercambios comerciales que explican sus materiales de importación, básicamente griegos. Iniciado en época argárica, su máximo esplendor coincide con el Ibérico Pleno, del que conserva habitaciones rectangulares adosadas a terrazas en ladera. Labores clandestinas en muchas de estas habitaciones hicieron aflorar un gran volumen de cerámica industrial de uso agro-alimentario, que seguía siendo visible en las laderas del hábitat no hace muchos años (imagen 4). También hay evidencias de la necrópolis del asentamiento, con hallazgos de falcatas y restos de cráteras áticas que enlazan con el cercano oppidum de Montejícar (Pachón et alii, 2004; Alonso et alii, 2013). Pero su situación hidrográfica lo relaciona más intensamente con la Vega de Granada, sin que ello suponga una merma con otros contactos de diferente direccionalidad, mediante los que se explican otras muchas presencias materiales constatables en el yacimiento.

4. Restos de un cierre murario habitacional del Cerro del Cántaro, a fines de los años setenta. Se aprecian, a la izquierda, restos cerámicos extraídos por las labores clandestinas que por entonces se hicieron (© J.A. Pachón).

     Pese a la falta de investigaciones de campo directas en el sitio, hemos podido conocer un significativo número de hallazgos que reflejan su personalidad y que vamos a destacar seguidamente. En este sentido, la mayor parte de los bienes muebles que conocemos del Cerro del Cántaro proceden de actuaciones clandestinas, prospecciones superficiales y otros hallazgos ocasionales, que proyectan una visión algo más precisa de sus contenidos materiales y de su adscripción cultural en tiempos antiguos, tanto prerromanos como de época colonial romana, expresando su importancia como lugar de encuentro y de paso de antiguas rutas comerciales, sin las que algunos de estos hallazgos no podrían entenderse, ni hubieran sido posible. Volviendo a destacar que el aislamiento de esta zona tampoco fue posible, pese a su situación secundaria respecto de otros lugares conocidos de la misma época (imagen 1).
El prime hallazgo que destacareos es un vaso metálico en bronce de raigambre orientalizante (imagen 5), publicado hace ya algún tiempo (Mendoza, 1978) y que, al parecer, estaba asociado a otro cuenco semiesférico del mismo material, aunque de diseño liso y sin decoración alguna. Como producto de una intervención irregular clandestina, de la que no se tiene información fidedigna, es difícil poder asegurar otros detalles de interés para la interpretación de estos objetos. Pese a todo, estamos convencidos de que ambos hallazgos procederían de una de las posibles necrópolis que se utilizaron en el yacimiento, mientras que estos ajuares metálicos, fundamentalmente el jarro de nuestra figura, cabría interpretarlo como una más de las producciones toreúticas peninsulares más tardías, que derivarían de una larga tradición hispana que hunde sus raíces hasta época orientalizante (Jiménez, 2002: 134). Vasos como este podrían señalar ya ambientes más avanzados a partir del siglo V a.C., aunque estos dos últimos autores citados siguen señalando una procedencia del hábitat que quizás sea errónea, porque se conocen en el lugar evidencias funerarias que podrían asociarse sin mayor dificultad a hallazgos metálicos como los señalados. La propia superficie de la vasija. en la que se aprecian varios remaches y restos de otros hoy desaparecidos que repararon antiguas roturas, podría estar indicando el aprecio por un recipiente que pudo haber estado en uso un tiempo muy prolongado, por lo que podría ser algo más antiguo de lo que hasta ahora se ha venido pensando. El más generalizado carácter funerario de otros vasos semejantes en la Península, abogaría también por un uso similar mortuorio del ejemplar granadino, ya que el yacimiento ha arrojado otras evidencias necropolares que no deben obviarse y que explicarían razonablemente este hallazgo.

5. Jarro broncíneo del C. del Cántaro con asa plana de borde sogueado y base androcéfala y zoomorfa. A partir de una fotografía y un dibujo originales de A. Mendoza (1978: fig. 2). Arriba a la derecha, pasarriendas de Piquía Arjona. A partir de J.A. Pachón (2011: fig. 9). Sin escala.

     La raiz orientalizante del jarro deriva de la decoración que encontramos en su sistema de soporte, compuesto por un asa muy plana, constituida por una lámina de tres cordones lisos de media caña, que quedan delimitados por dos sogueados que recorren casi toda la longitud del asidero. El perfil del asa es recta, aunque inclinada hasta la altura de la boca del vaso, donde con sección ya lisa conforma una curva que sobrepasa la altura total para luego descender hasta la boca del recipiente. Destaca también, en la parte más alta de esa curva, la presencia de dos pequeñas anillas enfrentadas y alineadas con el eje del sostén, donde quizás enganchara el sistema de fijación de una posible tapadera que se encuentra perdida, o una cadenilla que la asegurara, al tiempo que dificultara su pérdida. El asa, en su parte inferior, se apoya en una base androcéfala con orejas triangulares más propias de un felino que de un humano, lo que se reafirma con la presencia encima de ese rostro de otra pequeña cabeza, esta vez claramente animal, con boca abierta de un posible león. Ambos elementos figurativos tienen una prolongada tradición en la iconografía prerromana peninsular, aunque la mayor simplicidad de su trazado, respecto de otros referentes podría estar indicando un artículo derivado del tronco más arcaico de las producciones orientalizantes. Aunque no sería la única posibilidad.
Así, un reciente hallazgo de la necrópolis de Piquía en Arjona, Jaén (imagen 5: arriba, derecha), ha puesto sobre la mesa un fragmento del pasarriendas de bronce de un carro en el que volvemos a encontrar la asociación entre una cabeza humana y la testa de un animal que se le superpone. Este hallazgo, salvando las evidentes distancias volumétricas con el asa del Cántaro, estaría representando el mismo asunto iconográfico, aunque en el caso jiennense se estaría hablando de un objeto que ha querido relacionarse con los procesos tardíos del mundo ibérico, ya en contacto con el mundo romano que, aunque cronológicamente nos parece inadecuado, no vamos a tratar aquí. Únicamente queríamos referirnos a la existencia de esa asociación en un tiempo prolongado que, ya en Piquía, cambia algo, puesto que el animal parece querer tragarse la cabeza que se le infrapone, pese a que tampoco se descarta que fuese un simple tocado del hombre o guerrero sobre el que se alza (Ruiz et alii., 2015: 367). Todo ello sin entrar en las diferencias estéticas que se aprecian en el complemento del carro, donde la determinación del animal también es más problemática. Pese a todo, estamos ante una variación muy extensa de las mismas representaciones y sentido simbólico que se aprecian en el vaso granadino.
     La relación de este tipo de animales, como el león o el lobo, con las prácticas funerarias ibéricas quedaría totalmente contrastada, no ya solo en este tipo de iconografías mixtas, sino en representaciones exclusivamente zoomorfas donde conocemos cómo el caso del lobo alcanzó un protagonismo muy destacable. No debe olvidarse, para esta última conexión, lo que puede deducirse significativamente del espléndido ejemplo de la urna pétrea de Villargordo, también en Jaén (Chapa, 1979 y 2015: figs. 1-2). Por no hablar de las representaciones de leones, muchos realizados también en piedra, tanto en bulto redondo como en relieve, pero en muchos ocasiones relacionados directamente con variadas construcciones funerarias, donde debieron emplearse  por su valor apotropaico. Así se ha constatado continuadamente en la arqueología ibérica, a partir de antecedentes más o menos lejanos que evidenciarían fases mortuorias más arcaicas, como la evidenciada por los leones de los relieves de la torre funeraria de Pozo Moro, Albacete (García, 2009).
Pero en el Cerro del Cántaro, los hallazgos más importantes son los cerámicos, por lo que no nos hemos resistido a dejar una pequeña muestra en la imagen siguiente. Ahí se recogen los restos de una imitación ibérica de kylix griega (imagen 6, izquierda), que era una copa baja con dos asas horizontales paralelas, muy copiada por las alfarerías ibéricas. La razón era que no todo el mundo podía acceder a un producto caro y de calidad que se importaba desde los centros productores de la Grecia continental, pero que tuvo mucha demanda en ambas versiones manufacturadas: originales y copias, gracias a la expansión del consumo de vino y a la extensión de celebraciones funerarias o no, como el simposio (banquete) que también procedían del Mediterráneo oriental y en las que este tipo de vasos acabó siendo imprescindible. Hasta no hace mucho estas imitaciones eran frecuentes en zonas del Levante, Valencia y Murcia (Page, 1984; Salas, 2009), pero hallazgos como los del Cántaro deben evidenciar que en toda el área andaluza acabó siendo también una práctica común, tanto en imitaciones lisas como policromadas, que hemos podido estudiar directamente en el excepcional vaso de Atalayuelas, Jaén (Pachón, 2007).

6. Cerámicas del C. del Cántaro. Izda.: copia indígena de kylix griega en arcilla clara. Centro y derecha: varios fragmentos de cerámica griega de una crátera ática de campana de figuras rojas. (© J.A. Pachón). Abajo: ejemplar
de crátera procedente de Baza, similar a la del Cántaro (A partir de un original del MAN, http://www.man.es/man/estudio/proyectos-investigacion/clasicas/imagenes-atenas.html). Sin escala.

     Al Cántaro también llegaron vasos griegos destinados a las élites, por lo que las dinámicas económicas que desde él se controlaron debieron sostener un grupo aristocrático capaz de permitirse el lujo de adquirir vasos originales helénicos, como al que debieron pertenecer los fragmentos que se reproducen en la imagen 6 (centro y derecha), correspondientes a partes del cuerpo de una crátera de campana decorada con figuras rojas y el añadido de pintura blanca para detallar determinados aspectos de la decoración figurada. Los fragmentos que conocemos se recogieron de una de las laderas y presentan en su superficie restos evidentes de haber soportado la acción del fuego, por lo que esto, unido a la aparente fragmentación del recipiente, indicaría un origen funerario y un destino que pudo ser la pira de incineración del difunto. Los restos que hemos podido contrastar no son suficientes como para avanzar una reconstrucción más detallada de este gran vaso ático, aunque su calidad decorativa apunta a un taller de prestigio del que procederían otras cráteras áticas granadinas de campana como la de Baza, que recogemos en la misma imagen y que expresaría los gustos de aquellas élites indígenas durante el siglo IV a.C., o en el último cuarto del siglo anterior.
En asociación también con los hallazgos funerarios debiera citarse la presencia de una falcata que, en los años setenta, poseía una de las familias que disponía del dominio sobre alguna de las propiedades rústicas que conformaban todo el espacio del yacimiento. Como la foto que disponemos es de bastante calidad, hemos optado por no representarla, pero sus condiciones de conservación eran suficientes como para destacar su empuñadura con el típico perfil de cabeza de paloma, uno de los dos característicos remates del pomo de estas armas. Cronológicamente este tipo de falcatas no debe estar muy alejado de los hallazgos áticos del yacimiento, ya que aunque la cronología abarcaría desde el siglo V hasta el I a.C., su gran mayoría procedería de la cuarta centuria, como refleja el extenso estudio que disponemos sobre este ítem bélico tan peculiar (Quesada, 1997: 61-171).

7. Cerro del Cántaro. Fragmento de TSS, Drag. 27.1 con inscripción latina de propiedad grabada en la parte externa inferior del cuerpo. (© Dibujo de C. Aníbal y foto de J. A. Pachón).

     Por último, ya henos dicho que los vestigios de época romana no son demasiado abundantes en el yacimiento, aunque sí tenemos un hallazgo de relevancia, ya que supone la presencia de un grafito inciso sobre un fragmento de cerámica romana (imagen 7), concretamente terra sigillata sudgálica (TSG), que tiene la peculiaridad de mostrar una inscripción grabada en la superficie exterior del vaso (forma Dragendorff 27, probablemente de la variante 1) y que alude en latín al propietario del recipiente: DE ALIEN [I...] (de Alieno), tal como se evidenció su inicial estudio, datándose entre los siglos I/II d.C. (Pastor, 2002: 137-138, fig, 76; CIL II2/5,697a). El interés de este instrumentum domesticum es solo relativa, al margen de sus implicaciones epigráficas, pero respecto del conjunto del sitio arqueológico, abundaría en la idea de que la decadencia del mismo debe relacionarse con el dominio romano, cuando otras entidades urbanas con mejor localización geoestratégica cambió los intereses económicos que habían seguido activos durante la época previa prerromana.

Esperemos que estos datos sirvan para concienciar del interés patrimonial que el Cerro del Cántaro sigue teniendo y que su olvido no se convierta en justificación de su deterioro, ya que desde las excavaciones clandestina de los años setenta del pasado siglo parece haberse conservado suficientemente. Aunque las vicisitudes que afectan tan directamente al campo andaluz pudieran cambiar radicalmente su situación. Mientras tanto no estaría demás que las instituciones patrimoniales, los responsables municipales locales y los organismos académicos y científicos vuelvan su interés hacia un sitio arqueológico que puede ofrecer mucho para el conocimiento histórico de esta parte de la provincia deGranada en la que se asienta.

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